Maite Espinasa Vilanova, presentó su primer libro. "Cerca del cielo" narra la historia de una familia catalana y su establecimiento en Caracas

    Maite Espinasa Vilanova, presentó su primer libro. "Cerca del cielo" narra la historia de una familia catalana y su establecimiento en Caracas

    Por HÉCTOR TORRES

    No es posible entender el imaginario venezolano sin pensar en la migración, un tema tan dolorosamente vigente entre nosotros que olvidamos que, de una u otra forma, siempre ha acompañado nuestra historia. No hay venezolano que no haya estado en contacto, siquiera de forma tangencial, con la otredad, con las costumbres ajenas asimiladas al “nosotros”.

    En nuestra historia (y pese a la creencia en contra) la migración ha sido un elemento siempre presente. Los que vinieron, los que se fueron, son piezas fundamentales de lo que somos. ¿Qué entrañan esos mantras según los cuales “venezolano no emigra” o “este es el mejor país del mundo”, sino un eco heredado de quienes educaron a su prole afirmando que habían llegado a donde tenían que llegar y lo hicieron al mejor país del mundo? Por otro lado, ¿no cabría sospechar que esa peculiaridad tan nuestra de usar la expresión “en este país” para quejarnos del nuestro, pueda ser un inconsciente sentimiento de quien se siente en casa pero a la vez se siente forastero?

    Ser y a la vez no ser entraña nuestro dilema existencial.

    Migraron los que huyeron de la guerra de independencia y de la violencia que transitó todo el siglo XIX. Migraron los intelectuales y políticos que lo hicieron de los tiranos que ocuparon la primera mitad del siglo XX. Migraron, en diversas tandas y esta vez hacia adentro, ciudadanos de decenas de países, con una importante representación de españoles, italianos y portugueses a la cabeza, apenas arrancó la segunda mitad de ese siglo.

    Y no habíamos tenido tiempo de notar la llegada del siglo XXI cuando comenzó una estampida que, tras dos décadas y algo, ha producido que uno de cada cuatro venezolanos viva fuera del país.

    Migrar, un verbo cardinal en nuestra historia.

    Y aunque vinimos a hablar de literatura y no de Historia, es precisamente una historia de migración lo que nos congrega esta noche. Una bella historia que, valga subrayar, ofrece un testimonio fresco y reflexivo, sin ínfulas pedagógicas, acerca de estos raros tiempos que vivimos, en los que toda certeza quedó demolida, y con los que, cuando el piso deje de moverse, intentaremos construir un relato de país que nos cobije a todos.

    Esta que nos ocupa comienza precisamente en la exacta mitad del siglo pasado. Agosto de 1950, para ser exactos, en el momento en que Antoni Espinasa i Masagué, acompañado de Teresa Vilanova i Llambías, uno de los miles de europeos que vinieron a probar suerte en Venezuela, escribe una carta a bordo del Monte Arnabal.

    La escena sintetiza el sentimiento que lo embarga. Mientras el barco se detenía en puertos mediterráneos, Ton podía aferrarse a esa tierra de la que se despedía, pero en cuanto vio tras de sí la silueta de Cádiz y sus ojos se volvieron al frente para encontrarse “con aquella inmensidad tan insondable como su destino” sintió en su corazón la dimensión de esa despedida.

    A partir de ese momento viajaremos con ellos y nos adentraremos en la historia de esta familia, que representa uno de los materiales que han hecho nuestra historia como país en los últimos setenta años. Traer y llevar costumbres, creencias, sabores; mezclar imaginarios, es quizá de las cosas más venezolanas que existan.

    Había que tener una mirada muy aguda para contarnos una historia que, siendo la de tantos, la sintiésemos entrañablemente única. Y eso fue lo que logró Maite Espinasa con Cerca del cielo. En estas memorias se cuenta el arco de su familia, es cierto, pero en sus grietas y rincones nos cuenta con mucho tino un momento del país, un modo de ser ante el mundo, una forma de la naturaleza humana. La historia de todos reflejada en la historia de ellos.

    Y es así como comparte con los lectores los asombros que le esperaban al abrir los ojos al mundo, desde una casa que quedaba en un país rodeado de otro país. En ese país de adentro, aprendió que la vida había que celebrarla con el desenfreno de quienes se salvaron de la muerte. Y en el país de afuera, más precisamente en la prolongación de la calle Monte Sacro de Colinas de Bello Monte, descubriría la ausencia de la figura paterna en sus primeros compañeros de juego, pero también la irrestricta solidaridad de quien siempre tenía un plato y una cama para el que la necesitase. Y entendería, pasado el tiempo en el que debía conjugar ambas corrientes, que la patria es un estado espiritual antes que un espacio geográfico.

    Maite Espinasa no cultiva una pasión particular por la política. Al contrario, aprendió muy pronto a mirarla con suspicacia. Sin embargo, habla con la propiedad del que ha atravesado con los ojos bien abiertos el tiempo que le ha tocado vivir. Es por eso que, cuando cuenta, lo hace a veces con sobria indignación, pero otras con la melancólica resignación de quien sabe que todo pasa.

    Pero, además de reflexionar sobre el país y sobre la vida vivida, de hacernos reír y llorar con las peripecias de su familia y de dejar constancia de la destrucción (por el tiempo y por los hombres) de un país tal como lo conocieron, también cuenta una vuelta en U: La de esos catalanes venidos a Venezuela cuya descendencia enfiló su camino hacia Cataluña.

    En este plano de la historia, Maite Espinasa dibuja con mucha belleza el círculo perfecto de un camino que acompañamos como lectores, que al cerrarse nos dejó eso que Borges hermosamente expresó como “una música, un rumor, un símbolo”. La revelación de uno de esos mecanismos que echa a andar la vida.

    Y es aquí a donde nos lleva el camino de esta historia. Ese camino, que para la Historia es un parpadeo, cuenta la vida de tres generaciones, contada desde la privilegiada posición de quien mira al pasado y al futuro de su propia historia desde una misma distancia. Y cuenta cómo los ecos de esa primera generación finamente retratado en estas páginas, y de la cual ya no hay miembro vivo en esta tierra, siguen presentes y se convierten en un espejo en el que, luego de agotado el llanto y el sentimiento de orfandad, la autora entiende que de eso iba la vida y que valió la pena vivirse.

    Cerca del cielo es un libro entrañable, conmovedor, lleno de la vida en todos sus rincones. Y si ya dejar un testimonio bien escrito de lo vivido no fuese suficiente mérito, agregaría que es una historia necesaria y oportuna sobre la búsqueda de ese país que los padres amaron y dejaron atrás sin abandonarlo del todo, tal como le sucederá a muchos de los hijos de los venezolanos de hoy. Nos ofrece el hermoso consuelo de saber que todo lo que hay de esencial en un país que decimos nuestro, cabe en el corazón. Que cada quien lleva consigo ese país que añora.

    Y no digo más, para que corran a comprar y leer el libro.